¿Qué tienen en común tu pasta de dientes, tus calcetines deportivos y la cama de tu perro? Lo más probable es que contengan triclosán, un potente químico antimicrobiano incorporado en una amplia gama de productos de consumo. El triclosán también está apareciendo como contaminante en los ríos de América del Norte y en los cuerpos de más de las tres cuartas partes de los estadounidenses, según los Centros para el Control de Enfermedades.
¿Nos debería importar? Evidentemente, la FDA cree que sí. El 8 de abril, la agencia lanzó una revisión de seguridad de este químico ahora omnipresente. “Los estudios en animales han demostrado que el triclosán altera la regulación hormonal”, afirma el comunicado de prensa de la FDA. “Otros estudios han planteado la posibilidad de que el triclosán contribuya a hacer que las bacterias sean resistentes a los antibióticos”.
El triclosán pertenece a una clase de sustancias químicas sintéticas que los científicos denominan disruptores endocrinos por su capacidad para interactuar con los sistemas hormonales de los organismos. Un estudio de 2006 encontró que incluso en dosis extremadamente bajas, el triclosán interfiere con la función tiroidea en las ranas y conduce al crecimiento prematuro de las patas en los renacuajos. La evidencia ahora sugiere fuertemente que las sustancias químicas que imitan a las hormonas, como el triclosán, producen resultados similares en todos los animales con columna vertebral: ranas, perros y humanos por igual. Pueden interferir con todo, desde la regulación de la insulina hasta la función cerebral.
Desde su primer uso como exfoliante médico en 1972, el triclosán se ha infiltrado en todos los aspectos de nuestra vida cotidiana. Es el químico preferido para matar gérmenes en jabones, cosméticos, ropa, utensilios de cocina, juguetes y, no menos importante, camas para perros. Si posee algo que se anuncia como antimicrobiano, antimicótico o antibacteriano, es muy probable que el triclosán sea el ingrediente mágico.